miércoles, 8 de enero de 2014

Como Vivis en un Desierto o en Un Río de Agua Viva:



Recuerda el momento en que llegaste a conocer a Jesucristo. ¡Ese sí que fue un día maravilloso! Verdaderamente, la experiencia fue un salir de las tinieblas para pasar a la luz. ¿Quién puede describir el misterio de Dios viviendo dentro de uno y el encanto resultante del compañerismo y la comunión con él? Te acostabas feliz y sonriente, y al otro día despertabas todavía sonriendo. Tu alegría y paz eran inmensas. Tu semblante había cambiado y, además, todos los que te conocían lo notaron.
Memorizar las Escrituras era un deleite que no demandaba ningún esfuerzo; la oración, algo incesante; y una permanente alabanza a Dios por la maravilla de su creación marcaban el compás del día. Ansiedad, pesimismo, temor... eran cosas de un pasado que de pronto parecía muy lejano, apenas si un vago recuerdo. Dios te amaba y lo sabías.
Pero un día, sin darte cuenta hubo una transición y te encontrabas nuevamente haciendo frente a fracasos y derrotas de diferentes maneras. Seguramente leíste una cantidad de libros sobre consejos y de técnicas, que te ofrecían liberación instantánea.
Toda esa literatura describía elocuentemente tu situación, pero no obstante te dejaba tan impotente como antes para escapar de ella. Cuanto más leías, mayor era la frustración, ira y depresión.
A mi me paso. ¿No se daban cuenta esos autores que yo no necesitaba motivación, que yo quería ser como Jesús, que yo quería agradar a Dios, pero que simplemente no podía? ¿No comprendían que si yo pudiese hacer lo que hizo Jesús, él no habría necesitado venir?
Si en alguna medida yo llegaba a realizar todo lo que se me aconsejaba y enseñaba y me perfeccionaba entonces estaría realizado, sería una persona aceptable a Dios.
Me encontré también toda una variedad de programas. Muchos escritores de renombre vinieron a compartir sus recetas.
¿Existiría alguna clase de fórmula mágica que me librara a mí y a otros de la misma situación de fracaso?.
¿Por qué será que la experiencia cristiana es así tan difícil?¿Y por qué será que muchos de nosotros luchamos durante años por alcanzar la espiritualidad a través de toda una serie de metodologías, programas y técnicas, y cuando esas cosas nos defraudan renunciamos y nos resignamos a una vida de mediocridad, frustración y depresión ?
¿Es ésta la vida abundante acerca de la cual habló el Señor?
¿Habló él de una vida derrotada, turbulenta, esforzada? ¿De una vida de permanente súplica por un gozo que no se experimenta y de esclavitud a emociones, pensamientos y conductas para todos aquellos que osaran clamar a su nombre? La vida que él vino a traer, ¿estaría caracterizada por conflictos en el seno de las familias, por interminables visitas a los consejeros o psicoanalistas, y por una depresión tan profunda que muchos desearían no seguir viviendo con tal de lograr un poco de paz?
Oimos decir "Acepte a Jesús hoy, para no ir al infierno cuando muera". Sin embargo, a poco de haberlo aceptado se nos dijo: "Jesús murió por sus pecados, ahora usted debe esforzarse por agradarle y ser aceptos a él".
Y, consecuentemente, el clamor de muchos es: "No puedo agradar a Dios; no puedo cambiar. ¿Cómo me libro de este infierno que vivo diariamente?"
¡Cuántas vidas agobiadas por un sentido de culpabilidad ante las evidencias de la propia insuficiencia humana! Es que aquello que a la mayoría de los cristianos se nos ha enseñado y lo que la experiencia confirma es que hemos hecho, es precisamente aquello que no funciona.
Sin embargo, después de cumplir con todos los pasos recomendados por un determinado método o programa, o de habernos apartado totalmente de cualquier esquema típico, el cambio no se ha producido, y nuestro fracaso e insuficiencia se nos hace aun más profundo y doloroso.
La solución ha de hallarse en la sencillez del evangelio; una sencillez que se ha perdido en medio de la puja por imponer nuevos programas, métodos y técnicas , todos síntomas de la incredulidad.
La respuesta no es algo que nosotros debamos hacer sino algo que debemos creer. Ese gran secreto, que ha permanecido oculto por demasiado tiempo ya, es éste: ¡el crecimiento cristiano es sencillamente aceptar lo que siempre hemos tenido desde el principio, desde el día en que le entregamos nuestra vida a Cristo! Y esta vida sencilla –la vida cristiana victoriosa- solamente puede experimentarse permaneciendo en Él.
La vida abundante no es una meta por la cual esforzarse, sino algo otorgado y a partir de lo cual la experiencia cristiana debe tomar sentido y coherencia. Mi aceptación no está fundamentada en lo que hago sino en lo que soy. Para experimentar la vida abundante no es necesario que yo imite a Jesús sino que participe de su vida; no es necesario que trabaje y me esfuerce por creer sino que trabaje porque creo.
De esto podemos estar plenamente seguros: si la vida cristiana abundante requiere de gran determinación personal, fuerza de voluntad, inteligencia, talento y capacidad, entonces todos nosotros somos demasiado débiles, ciegos y necios como para alguna vez alcanzarla.
Pero esto no puede ser así si le creemos a las Escrituras:
Isaias 35:8 dice " Y habrá allí calzada y camino, y será llamado Camino de Santidad; no pasará inmundo por él, sino que él mismo estará con ellos; el que anduviere en este camino, por torpe que sea, no se extraviará".
¿Leiste bien? Si. " Por torpe que sea no se extraviará".
Bueno entonces me queda alguna esperanza; Porque por torpe que yo sea no me voy a extraviar del camino a la Vida abundante que se me prometió.
Experimentando vida abundante:
¿Cómo, entonces, puedo experimentar esta vida abundante?
La respuesta de Dios está preparada para caer dentro del alcance del débil, del fracasado, del despreciado, del ignorante, del frustrado y del desesperanzado. La respuesta está en la sencillez de la vida que permanece en él. "Cristo en vosotros, la esperanza de gloria" (Colosenses 1:27).
La respuesta de Dios para la vida abundante será siempre increíblemente sencilla; el cristiano debe aprender a creer en esta sencillez y recibirla.
Solo se requiere Fe.
El problema radica en que nosotros nos asignamos un patrón de aceptación mucho más alto que el de Dios. Por tanto, todo aquel que quiera entrar a la vida de fe y descanso deberá experimentar primero la lucha y el fracaso que deviene de su propio esfuerzo.
Solamente cuando llegamos al punto de renunciar al esfuerzo propio encontramos la respuesta sencilla de Dios, después de haber agotado toda alternativa o recurso concebible. ¿ Para que insistimos en trabajar hasta agotarnos?
La respuesta de Dios es simple, pero para que él pueda llevarnos al punto de aceptarla, primero debe guiarnos a través de experiencias de vida que nos dejarán exhaustos, y sin esperanzas en nosotros mismos y en los demás, y, con un corazón dispuesto a creer, preparados para escuchar lo que Dios dice.
No es sino hasta que nos negamos a confiar en nuestras fuerzas que comenzamos a confiar en Dios.
A lo mejor estas derrotado porque estas en el proceso de aprender a renunciar a vos mismo.
Nuestra vida cristiana comenzó con una sencilla experiencia de fe, al pie de la cruz. No obstante, a través de la incredulidad abandonamos esa posición, buscando recur­sos interiores y confiando en nuestro yo, de manera muy similar a Israel en el desierto. Cuanto más nos alejamos de la cruz mayor es nuestra confusión y desencuentro.
Pero si esta es tu situación, estas cerca de encontrar la sencillez perdida
Tengamos ánimo, porque el propósito de Dios es llevar­nos a todos a una vida de paz y de gozo. "Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?" (Romanos 8:31).
Todo lo que estás sufriendo tiene un propósito, y aunque no lo veas en el momento la mano de Dios en ello no tengas dudas que la verás Y cuando llegues a ver de dónde él te ha sacado, entonces estallarás en alabanza.
"Como tú no sabes cuál es el camino del viento, o cómo crecen los huesos en el vientre de la mujer encinta, así ignoras la obra de Dios, el cual hace todas las cosas". (Eclesiastés 11:5).
"Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo" (2 Corintios 11:3).
Nunca la solución a nuestros problemas y desiertos es algo que debemos hacer. Siempre que pude salir de un desierto es porque entendí que no se trata de hacer sino de CREER.
Nunca la solución puede estar en quien tiene el Problema.
La solución va a estar en quien puede transformar al que lo tiene.
El hacer siempre lleva tus ojos denuevo a tu Yo, tu Ego, CREER lleva tus ojos a tu redentor, Hebreos 12.1-2
La Solución nunca va a estar en hacer algo o en no hacer otra cosa. La única solución siempre es Cristo. Aférrate a Él. Abrázalo, ámalo. Sólo Él es quien puede cambiar y transformar el desierto en un fresco río. Solo Él nunca nosotros.
El discipulado que haga hincapié en lo que debes hacer o no hacer es terrenal, nos pone pesadas cargas que nunca podemos llevar y que solo nos llevan a la frustración. Nos impone enseñanzas que solo apelan a nuestro entendimiento y a nuestra fuerza de voluntad para ponerlas por obra.
Nos lleva a tener listas interminables de cosas para hacer y de cosas para no hacer.
Pero veamos:
Debo orar más.
Debo estudiar más la Biblia.
Debo poner por obra lo que aprendo.
Debo no faltar a las reuniones.
Debo ser espiritual.
Debo mejorar mi testimonio.
Debo ser ejemplo en mi familia.
Debo ser un mejor esposo/a.
Debo ser un mejor padre/madre.
Debo ser un mejor hijo. Etc. Etc. Etc.

No debo ser de doble ánimo.
No debo mentir.
No debo pecar.
No debo ser carnal.
No debo callar el mensaje del evangelio.
No debo desobedecer a mi pastor.
No debo etc etc etc etc

Lo curioso de estas interminables listas, es que en realidad no necesitamos de un maestro para hacerlas. Cualquiera de nosotros podría escribirlas y hacer libros enteros de ellas. Pero como si esto fuera poco, estamos repletos de maestros que nos dan nuevas listas cada predicación o en cada reunión y estas listas solo aumentan nuestra culpa por fallar y nuestra frustración al no poder con ellas. Esta frustración hace que pongamos mas esfuerzo y más empeño pero solo volvemos a fracasar hasta sentirnos tan frustrados, tan desilusionados que muchas veces pasa por nuestras mentes dejar el camino.
Satanás es un especialista en sugerirnos ello y en hacernos sentir que después de todo, el camino no es para nosotros o que nosotros no somos dignos de tal camino.

Ahora te pido un simple ejercicio. Analicemos el Sujeto en cada una de las oraciones de las dos listas anteriores. Te vas a encontrar con el sujeto no esta escrito porque es un sujeto tácito. Entonces para encontrarlo solo debes preguntarte. ¿Quien debe hacer o no hacer esto?
La respuesta es el sujeto y el sujeto de todas estas oraciones es nada menos que YO.
Yo debo hacer o Yo no debo hacer.

Esta manera de vivir la vida cristiana y de discipular me centra siempre en mi yo. Entonces si fracaso me lleva a la frustración pero si tengo éxito, el resultado puede ser peor aún; porque YO soy el exitoso. Yo soy el que pudo y por ello Yo soy mejor que el de a lado mío que no pudo. Entonces Yo puedo juzgarlo- Yo puedo hacerlo sentir culpable y humillarlo porque debo destruir su YO mientras cada vez hago más grande mi propio YO, porque YO si pude y el no.

Lo que es más perverso todavía, es que generalmente se manipula a la gente con la culpa, haciéndolo siempre estar en deuda, siempre esclavos. Como si pagaran solo el mínimo de la tarjeta de crédito mientras  que la deuda original siempre es más grande. Siempre se está haciendo ver el error, lo que se debe mejorar. Lo que falta, y se usa la palabra no para edificar sino para destruir, para hacer sentir culpa, para que pueda tratar de alcanzar ser tan bueno como quien me enseña que por ser esforzado alcanzo la meta.
Por supuesto que esto se disfraza un poco, se lo enseña bajo una falsa capa de humildad pero en el fondo solo nos lleva a la frustración o a la soberbia.
Este sistema es perverso en sí. Y provoca verdaderos desastres en la vida de los discípulos.
Nos lleva si o si a la hipocresía y fariseísmo en el mejor de los casos a una bipolaridad donde un día estoy salvo y digno y otro día soy un reo de lesa humanidad que merece castigo.

Cuan distinto es lo que nos enseña la Palabra de Dios para los que realmente la entienden:

Heb 12:2 puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.

Isa 35:8 Y habrá allí calzada y camino, y será llamado Camino de Santidad; no pasará inmundo por él, sino que él mismo estará con ellos; el que anduviere en este camino, por torpe que sea, no se extraviará.

Como no vamos a vivir en el desierto si no ponemos los ojos en Jesús siempre los penemos en mi YO. Mi Yo que fue victorioso o Mi Yo que fracaso, pero nunca en mi Redentor.
Supongamos que quien te enseña se centra una hora en mostrarte cada uno de tus errores, cada uno de tus fallas cada uno de tus derrotas. Cada uno de tus problemas y te da grandes listas para hacer y para no hacer.
Seguramente te saldrás muy mal de ese encuentro, sobre todo porque no necesitas que te muestren esos errores porque el Espíritu Santo ya te los ha marcado y seguramente sin hacerte sentir tan mal. Porque el Espíritu Santo es sumamente amoroso. Y tampoco necesitas que te den listas de cosas para hacer o cosas para no hacer porque estas listas puedes hacerlas tu mismo.
Pero ahora imagina otra escena:
Quien te enseña en vez de hacer lo que dijimos esta hablándote durante una hora del Poder de nuestro Redentor. Te habla de la obra en la cruz. Te habla de cuanto te ama. Te habla de su amor incondicional. Te habla de aquel que tiene poder para cambiarte, para transformarte. De Aquel que pudo caminar sobre las aguas. Que pudo resucitar muertos. Que convirtió a cobardes en valientes. A tartamudos en líderes y patriarcas. Que sana. Que salva. Y que lo más increíbles que consumó su obra. Que no importa cuanto falles, Ese Redentor invencible vive en Ti. Y que no importa cuantas veces caigas el siempre es poderoso. Que solo tienes que dejar de verte a vos mismo y poner los ojos en Él en su poder. Porque Él es el único que puede vencer. No se trata de tu Yo se trata de Él. Y Él nunca fue vencido ni derrotado. Reconoce tu debilidad y no trates de ser fuerte, solo debes creer y confiar en ÉL.

El discipulado que viene del Espíritu Santo culmina donde comienza. “Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él; arraigados y sobreedificados en él, y confirmados en la fe, así como habéis sido enseñados, abundando en acciones de gracias” (Colosenses 2.6-7).
Por lo general, los cristianos pueden señalar rápidamente cinco cosas que necesitan hacer para Dios.
Sin embargo, son pocos los que pueden señalar cinco cosas que Dios está haciendo por ellos.
El discipulado espiritual hace hincapié en la obra de Él a favor de los creyentes. Debido a que fue creado, el hombre es un ser inferior que necesita al mayor; la insatisfacción es el resultado de entregarse a algo inferior, ya sea una causa, un método o aun a uno mismo. Para encontrar satisfacción, el hombre debe darse a lo mayor, al Creador. El discipulado no debe comenzar con Él y acabar en una obra inferior; el final debe ser como el comienzo. Así como Dios –no el esfuerzo propio– protegerá al discípulo del infierno en el futuro, Él –no el esfuerzo propio– protegerá al discípulo del infierno diario aquí en la tierra. El discipulado genuino debe revelar que la salvación y la victoria son dones dados por el Señor. Entonces, el final será como el comienzo y habrá regocijo y gratitud desbordantes.
EL GRAN SECRETO: NO SE TRATA DE HACER. SE TRATA DE CREER CON TODO TU CORAZÓN Y AFERRARTE A TU REDENTOR. NO YA YO SINO CRISTO EN MI.
Gal2:20 Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.

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